Siempre que se sueña es muy fácil suponer más allá de la realidad, mucho más allá de todo lo posible; soñar no cuesta nada, sólo echarse a volar y luego saber volver a la cotidianidad, aterrizar en el día a día. Los voladores sueños están ordenados en espacios ceros, no se visualizan porque quedan dentro del aire, se comprimen o se expanden dentro de la individualidad del soñador, a la justa medida del que imagina en unos segundos poder hacerlos realidad; los sueños no se combinan con cálculos añadidos y entramadas maquinaciones, mucho menos con pesadillas o frustraciones, en ese lugar dejarían de ser sueños. La palabra sueño indica más bien un paseo por la felicidad, entrar en las nubes sin más interés que el propio deseo de soñar. Algunas leyendas apuntan al estado de bienestar que produce esos pequeños instantes en nuestro ánimo. Dicen: Qué estabiliza el pulso, serena la enérgica pupila cómo si estuviésemos dormidos, reorganizando una reacción de serenidad que se traduce en fantástica y saludable pulsión para el organismo.
Así y para comprobarlo, se recomienda ejercitar los sueños de vez en cuando, unos cuantos minutillos.