De La Jimena
de Coín se sabe muy poco, existen algunos archivos que más que instruir desconcierta, son los
oriundos del lugar y su memoria individual los que hacen referencia más o menos
exhausta de esta cantante. Se sabe que
nació en 1911 sus padres tuvieron once hijos y todos ellos se dedicaban a las
tareas del campo.
Entre cosechas de limones y naranjas La Jimena se marcaba cantes de libre inspiración,
algunos inventados con propia letra y otros eran éxitos consagrados del momento, parece seguro
que el poco renombre de La
Jimena responde más a su condición de ser mujer que a su
propia valía como cantante, en esos años no estaba bien visto que una mujer se
decantara por el arte y menos aún por la canción flamenca, esa exposición para
la época era sospechosa por apuntar a
cabeza ligera y fácil a menesteres poco recomendables.
Así que por esa razón y según cuentan La Jimena sólo cantaba en
bodas y bautizos, algunas veces, amenizaba en coros y danzas y poco más, de ahí
su poca fama con respecto a los varones cantantes del momento, la desigualdad
se patentaba con mayúsculas y de la manera más natural.
Con todo, cuando cantaba retumbaba su voz potente y su eco rítmico corría
entre el río para subirse a las montañas del lugar, su afición por cantar le proporcionaba una espontaneidad
singular para afinarse en un entone a la mínima ocasión, ella asentaba su
vocación de cantante a pesar de tener a su padre en total disconformidad a que
actuara en público. Los teatros del momento los frecuentaban los hombres e
incluso dicen que en algunas ocasiones no se les permitía la entrada a mujeres,
por tanto, entre bambalinas y toldos se apreciaba un público mayoritariamente masculino que por suerte se
fue igualando en décadas posteriores. Las mujeres artistas para consagrarse
como tales debían partir a países extranjeros bastante más modernizados, con
todo, la desigualdad en el número de ellas con respecto al hombre eran
aplastantes. Esa diferencia se hace patente en La Jimena , las mínimas referencias y la poca
polarización que dejó su trayectoria
determinan sobradamente el perfil anquilosado
de la sociedad de aquellos años.
Así y con tantos descomunales impedimentos persistía su talento, dentro de su estrecho círculo insistían el
caudal de su esplendida voz y también el
arrojo de su personalidad, ella dejaba convencidos a los entendidos que
tuvieron la oportunidad de disfrutar de su arte y del flamenco especial que
interpretaba, cantes hondos, saetas y letras acordes con labranzas y estampas
del momento que lucía entregada y segura. En ferias de la localidad y días de
fiesta señalados los campesinos se reunían en el campo, a la usanza tradicional de sopas en lebrillo y
abundante festejo saltaban las primeras voces cantoras, entre ellas la que pudo
ser una gran figura si hubiese nacido unas décadas después al tiempo arcaico en
que le tocó vivir.
Después de los años el pensamiento se detiene en Fuensanta Jiménez
González, su ingenio empezó a destacar con tan sólo nueve años, vivió toda su vida para entregarse a su
afición en el marco de sus limitaciones. En sus notas flamencas La
Jimena elaboró la
sencillez de ser autodidacta y ofrecer al mismo tiempo calidad y maestría al cante flamenco.
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